viernes, 27 de enero de 2012

El encantador y su perro


Iba peinadito con mi pelo negro brillante, un jersey negro con hilos blancos salteados que era una pasada y mi pantaloncito negro también, de pinzas combinando con unos calcetines blancos brillantes y unos zapatos tan brillante como los calcetines pero todo lo contrario porque eran negros. Los bolsillos profundos y relajantes a la hora de meterse las manos y colocarte bien puestos los atributos en modo disimulado porque algunas veces  a consecuencia de esos modernos calzoncillos los atributos viriles adoptan posturas incomodas y se colocan como a ellos le da la real gana. A aquellos calzoncillos empezaron por aquella época a llamarles slip y eran negros de licra y no acababa de acostumbrarme porque yo siempre fui de calzoncillos blancos tipo gayumbos.

Allá iba yo con mi compañero de fatigas a llevar el recado de unos documentos a un tal tipo de aparato que me estaba esperando en su nueva casa y junto con su inseparable perro de compañía.
Cuando llegamos y detuvimos el coche estaba el, en la cancela de su resplandeciente y nuevo chalet a estrenar que junto con su perro controlaba a los pocos trabajadores que le quedaban, que acababan de irse y que remataban aquella bonita construcción.
Cuando paramos nos invitó a entrar muy amablemente y con una sonrisa y con reverencia nos agradecía que fuéramos allí a llevarle los documento a la vez que con su palma derecha nos hacia ese movimiento de apertura mientras aquel enorme perro pastor alemán me rugía con cara de pocos amigos.
Al ver la escena le dije a mi compañero que no bajara del coche y a él le dije que ese perro no me gustaba porque estaba en plan agresivo, el me contesto y me dijo que no me importase que me bajase del coche que su perro era un perro muy noble y totalmente inofensivo y que sus rugidos solo era una fea costumbre que tenia pero sin importancia.
Sin perderle de vista me baje del coche con mi compañero y el perro continuaba rugiendo mientras yo no sabía si ponerme delante, detrás, a la izquierda o a la derecha de su dueño. El dueño reacciono y empezó a echarle la bronca al perro diciéndole que se portara bien con nosotros que nosotros éramos sus amigos y que dejara de intimidarme.
El perro el pobre animal solo intentaba imitar a su dueño al fin y al cabo ese es su instinto animal pero si el dueño era carajote pues lo que yo temía era que el perro fuese carajote también y no me equivocaba porque no dejaba de acercarse a mí y de mirarme con malos ojos y de rugir, posiblemente me hubiese detectado el miedo que tenia encima.
El anfitrión nos enseñaba la casa, su enorme salón, y el perro ¡GRRRRR! Bonito cuarto de baño ¡grrrrr! Mi nuevo dormitorio ¡Grrrrr! La terraza ¡Grrrrr! ¡Ay! que gana tenia de que me enseñase otra vez la puerta de la calle. Yo pensaba en mis manos porque veía que tenía la intención de morderme en la mano y muy disimuladamente me las metí en ese amplio bolsillo de ese cómodo pantaloncito de pinzas.
Había protegido mis manos que ya el carajote del perro las buscaba y no las veía y como iba todo de negro exepto los calcetines pues el animal estaba aun mas mosqueado de lo normal y fue entonces cuando nos enseñaba la cocina una enorme cocina y allí en el centro de la misma nos dijo "E vuala, esta es la cocina.
Yo eche una visual hacia todos los rincones del habitáculo cuando de pronto frente a mí estaba el fregadero y dentro del fregadero había algo que me llamaba la atención y que sobresalía de él y era la pata de un pollo que sobresalía de una montaña de despojos de algo y antes de acercarme e inclinarme un poco hacia delante pregunte y dije:
¿Qué es eso que hay en el fregadero? Apenas le dio tiempo de decirme que era la comida del perro cuando el carajote del perro se me avanzo y se fue pa mi. ¡aggrrrrgrr!
El muy imbécil al ver que no podía agarrarme por ningún sitio me agarro por ahí, si por ahí y lo agarro todo, todo se lo engancho en la boca bien envuelto en su ligra de calzoncillos todo mi aparato con todo el sistema de ocio y reproducción a la vez que sentía en mi alma cada una de sus mandíbulas.
Créanme que la situación no duro más de 5 segundos, 5 segundo que me pareció una eternidad y que telepáticamente me comunique con el pensamiento del animal que me decía:
-Toca la comida que está en el fregadero carajote, si tienes guevos, tócala.
Me entro un escalofrió que me subio desde la raja del culo hasta la parte baja de mis diente creo que la sensación me duro cerca de una semana.
El perro soltó el órgano y el dueño me hizo la preguntita ¿estás bien?
Yo le dije que no sabía nada, y allí me quede con las manos en los bolsillos y mirando al cielo, tuve la idea de ir al cuarto de baño a mirarme el daño pero no podía andar, no podía dar ni un paso y entre mi compañero y el dueño del carajote me acercaron al espejo del baño y me dijo:
¿Puedes bajarte los pantalones y los calzoncillos tú mismo? 
Descuida le dije no faltaría mas, yo lo haré así que cerré la puerta, antes de bajarme los pantaloncitos de pinzas y los slip me eche agua en la cara y me los baje y aquel espejo se estreno con los reflejos de mi cosa favorita que estaba por aquel entonces completamente en todo su esplendor e intacta de puro milagro, la tocaba suavemente con toda la mejor de las delicadezas y suavidades mientras el escalofrió me recorría la espalda hacia abajo y arriba, con el pelo de punta y el cosquilleo de dientes.
Seguidamente abrí la puerta y les dije que estaba todo bien mientras el dueño con su palma de la mano y con la puntita de los dedos golpeaba sutilmente la cabeza del perro regañándolo un golpecito una silaba, un golpecito una silaba:
Eres-un-perro-muy-malo-eso-que-has hecho-esta-muy-mal-el-es-mi-amigo-!leñe! !Conchile! !Jolin!
Y yo pensé: me cago en cuantos muerto tiene el perro y la mala hora que yo me baje del coche.
El encantador y su perro. Chiclana de la frontera

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