miércoles, 31 de julio de 2013

20 infancias de mi calle

Me acuerdo mucho de tu abuelo y de su figura, sentado en el suelo en aquel reó porque no tenia mas remedio, con su mascota y su botellita de vino de la bodega del gallo, su gran corral de cabras y el chivitin que era como un cajón de madera grande donde se metían los chivos pequeños recién nacidos. La calle era casi toda de arena y mas para abajo los orines de las cabras buscaban el camino del callejón lejío que recogía todas las pestes y porquerías de la calle para llevarlas al rió iro. Y una considerable superficie de la calle y de corral era adornada por cagarrutas y cagarrutas de aquellas limpias cabras.
no existían los cuartos de baño y cagábamos todos detrás de un montón de estiércol que había detrás de la choza de mi madre y nos lavábamos todos en una palangana con agua de pozo y con jabón, el que tuviese, nos refregábamos los sobacos, la cara y nuestras partes y luego nos enjuagamos y nos secamos y nos peinábamos con la raya al lado izquierdo. Cuando era verano la temperatura del agua no importaba pero en invierno había que calentarla por cojone en un gran barreño. Recuerdo a mi padre lavándose las manos antes de comer en la palangana y dejaba el agua como la de los charcos; agua mezclada con tierra pegadas a esas manos fuertes y esos dedos que parecían palos con la palma de la mano dura como un leño llena de cayos puros y duros hechos como si fuera piedra. 
No había tuberías, ni luces nocturna y mucho menos agua corriente.
La calle estaba a ambos lados llena de chozas que abundaban más que las pocas de casas que había con techos de cemento y la calle se formaba como un ligero camino de arena que subía hasta conectar con aquella carretera frondosa a ambos lados de eucaliptos y demás arboles hacia Medina Sidonia.
Si había algo que entonces me apasionaba, me distraía y me entusiasmaba era escuchar hablar a los viejos que siempre tenían la misma conversación, por un lado no podía dejar de hacerlo y por otro me asustaba y me provocaba temor y mucho miedo aquellas historias que eran todas muy diferentes y a la vez todas eran de lo mismo, de aquella maldita guerra y todo lo que provoco. Aquellos ancianos un día hablaban de asesinatos en un lugar concreto, otro de violaciones, vejaciones y cosas terribles que habían acontecido en aquellos lugares tan lejos y tan cercanos a la vez.
Hablaban de fantasmas pero no pronunciaban la palabra fantasmas ya que esa palabra la oí muchos años después, pues siempre utilizaban la palabra “asombros” asombros por aquí asombros por allá.
En el pozo tal, junto al cortijo tal, a fulanito de tal se le apareció varios asombros y yo me volvía para mi casa con esas historias para que en aquellas oscuras noches de chozas, candiles y reverberos pudiese digerirlas con lo poco que había cenado. 
Un día mi padre me dijo:
-Paquito mañana te vas a venir conmigo a trabajar.
Tenía ocho o diez año si no mal lo recuerdo y me llevo a una finca que había en la carretera de medina y allí me mandaron a guardar cochinos y a responsabilizarme de ellos. Ese era mi único cometido, guardar los cochinos que para eso mi padre había hablado por mi y esa era la labor más común que podía hacer un niño como yo.
Había una hora de distancia aproximadamente corriendo a todo lo que se daba desde la finca a la choza de mi madre por lo que en las tardes de invierno no tenia mas remedio de quedarme allí a dormir en la finca junto a los cochinos o en el establo. Aquellas noches no volvieron nunca más a mi larga vida porque eran oscuras y negras y la acompañaban siniestras sombras de todas las formas que podían adaptarse a cualquier imaginación que podía emplear cualquier niño.
Si quería ver a algún asombro de esos que decían los viejos solo tenía que hacer un mínimo esfuerzo. Si a alguien lo habían fusilado allí me aparecía a mí y si a alguien lo habían decapitado yo lo veía perfectamente sin cabeza y con la cabeza en la mano agarrándose de los pelos, lo veía como yo quisiese, por eso me tapaba los ojos y dormía con las manos en la cara y con el sonido agudo y penetrante de los búhos.
Un hombre se mato accidentalmente con la escopeta de casa mientras que trabajaba la tierra en su tractor y coloco la escopeta junto a él en la cabina del vehículo y se le disparo sola y allí quedo el tractor solo y abandonado y a mí me daba miedo la zona del tractor. Al caer la tarde miraba al tractor y me seguía dando miedo y sabía que si seguía mirándolo hacia allí aquel hombre saldría de el ensangrentado corriendo hacia mí.
Algunos días antes de caer la noche no tenía más remedio que volver a mi casa y pasaba por la cañada de la asomada camino obligado hacia Chiclana por ser más corto que por la carretera pero para mí era eterno. Salía poco después de ocultarse el sol y corría y corría solo mirando mis pies cuando pasaba por aquel pozo oía las voces que gritaban mi nombre, cuando pasaba junto al tractor volvía la cara y no miraba nada más que mis pies, no se me ocurría pararme y andar y tampoco aminorar la marcha porque tenía las fuerzas sobradas para llegar a mi casa dándome las patadas en el culo.
Un día el señorito de la finca me dijo que si había gente allí junto a los cochinos pues que me fuera más abajo a ayudarles a hacer algo, total todo por no consentir verme allí sin hacer nada junto a los cochinos y entonces yo obedecía porque nunca podías dirigirte a una persona mayor así sin mas y mucho menos contestarle a cualquier decisión tomada.
Había un tractor que lo conducía un hombre y un niño estaba sentado en la parte trasera del vehículo mientras un pincho en posición vertical hacia que las matas de habas o chicharos secas o lo que fuese se moviesen y fuese mas fácil de cargar. Por condiciones del terreno aquel pincho había que subirlo o bajarlo según viésemos.
Es por eso por lo que estaba el otro niño allí que era para avisar al conductor del tractor y este levantar o agachar el pincho de hierro pero yo ignorante de eso con mis babuchas puse el pie debajo del pincho con la fatalidad de que callo encima de mi dedo meñique del pie triturándolo y dejándolo enganchado mientras el otro niño gritaba para que parase el tractor.
Allí me quede con el dolor revoleado junto a la cochinera esperando una combinación para que me llevasen a Chiclana y preguntándome porque no me habían dejado allí con los cochinos que para eso me habían contratado y ese era mi cometido. Me llevaron a mi casa y allí eche varios días con el pie negro como el azabache.
Yo le decía a mi madre que el dedo olía mal y que apestaba mucho y entonces mi madre andandito poco a poco me llevo una mañana al médico que me lo lavo y me lo curo y a los pocos días ya estaba repuesto con un dedo menos y como si nada.
Al llegar a la finca continúe con la agradable compañía de los cochinos y me quede perplejo cuando el dueño de la finca se acerco a mi sin bajarse del caballo me clavo la mirada con la fusta en la mano y pregunto aun sabiéndolo que si yo era el niño del dedo.
El levanto la fusta y apretó los dientes y dijo y maldijo dirigiéndose a mí.
-Te daba asín por la espalda con la leche que mamaste que te iba a espabilar niño tontajo, que has estado a punto de buscarme una ruina. ¿Y todo para qué? Después de tenerte recogió en el lió que me iba a meter.
y se retiro diciendo:
Con los compromisos, con los compromisos y con los puñeteros compromisos.
Yo pensé
Pero, Qué culpa tengo yo? Si fue el mismo el que me mando allí con el tractor, pues que me hubiese dejado con los cochinos y seguro que no me hubiese pasado nada.

En aquel entonces y en aquel preciso momento y lugar después de haber perdido el dedo a punto de que me gangrenara el pie, me lleve una bronca que ni a mi padre se le hubiese ocurrido dármela. 
Es por lo que inevitablemente empece a percatarme desde entonces que probablemente me encontraría muchas veces con la paradoja de no comprender como podría ser que hasta la compañía de un cochino en algunas ocasiones fuese mas grata y saludable que la de algunas personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario