Portal de una de tantas huertas que quedaban en Chiclana por aquellos años |
Corría el año 76 más o menos y yo no conocía lo más mínimo el mundo laboral y menos todavía cuando
tenía 14 años que fue cuando mi padre me llevo a un estudio de arquitectura
para que tuviese más clara y más ligera las ideas de más o menos lo que era la composición
de un dibujo. Aunque la delineación no era lo que a mi realmente me
entusiasmaba pero el decía que era lo más parecido que me había podido
encontrar.
Allí corrías mis primeras mañanas y tardes de verano
a la vez que el principio y la base del conocimiento, de la importancia de lo
que era la precisión, la tinta china, los plumines y aquellas líneas que
formaban los edificios, calculaban las superficies de las parcelas, copiaban
con copias heliográficas reveladas con amoniaco los planos y todo aquellos útiles
de la época que no tiene ni la más vaga ni remota comparación de lo que ahora
existe en este tipo de trabajos.
Allí empecé a conocer personas de muchas clases como
alguna que ahora mismo añoro así como aquellos profesionales, aquellas mentes
que algunas eran como tarritos herméticos por descubrir y por destapar, tanto
como aquellos otros destapados, claros, llanos y sinceros de carácter pero de
lo que recuerdo en este momento y a quien le dedico este tocho es a un tarrito
muy especial un tipo muy característico, bastante interesado en lo que le
interesaba, amigo de sus amigos y con bastantes arboles que le hacían buenas sombras
y buen cobijo porque él era de familia acomodada de estas famosas de Chiclana que
tenían mucho que heredar con bastantes patrimonios y que por no gastar como
todos ellos no gastaban ni bromas.
Por el mero hecho de coincidir con el allí en
aquella oficina y tratándose de que él no estaba relacionado con la dirección
de la misma me propuso que lo acompañase a medir una finca y yo por ello pedí
permiso a los que allí estaban dirigiendo aquello porque era a los que mi padre
recomendó mi presencia y mi tutela laboral de niño de los recados.
Cuando pedí permiso salí con él en su coche un 127
blanco de la época y de quinta mano con la carpeta y la cinta métrica cuando ya
en el camino me informo de que íbamos a medir una huerta. Y que mi trabajo
consistía en sostenerle la cinta métrica y desplazarme hasta donde el dijese.
Nos acercamos allí y cuando nos bajamos del coche una señora mayor que vivía en
una pequeña casa cerca de la portal de la huerta pues llamo a él y mientras
hablaban yo me acerque adentrándome poco a poco hacia la huerta.
Me llamaba la atención un olor muy característico de
la huerta y era porque el hombre que trabajaba allí estaba cortando coliflores,
no me gustaron mucho nunca las coliflores pero aquel olor a troncho de coliflor
me embriagaba siempre y me atraía bastante porque de pequeño mi abuela siempre
me guardaba un trozo de troncho de coliflor cada vez que freía coliflores. Mi
compañero termino de hablar con la mujer de la huerta y se vino hacia mí
refunfuñando y con mala cara y me dijo que lo esperase, que volvería porque tenía
que ir a casa de sus padres porque aquella mujer le había dado un recado muy
importante para ellos para que él se lo transmitiera.
Allí me quede esperando que mi compañero volviese junto
a la puerta de la cocina de aquella casa y aquella mujer mayor de unos 70 años
al igual que el hombre de la coliflores que vivían juntos allí en aquella
casita de la huerta, era un matrimonio mayor y sin hijos y allí llevaban muchos
años.
La señora parecía que se sentía un poco culpable de
que me hubiesen dejado allí solo y fue por eso por lo que me ofreció un poco de
café. Yo siempre le caí y le caigo bastante bien a las personas mayores es algo
innato y cuando me ofreció el café ella esperaba en mi un niño educadito y tímido
y que le contestase con un no entre cortado y sin tenérmelo que repetir que me
lo tomase pero sonrió cuando solo me lo ofreció una sola vez y yo le conteste
con leche y con dos cucharadas de azúcar. Me invito a sentarme en su mesita de
aquella encantadora cocina y me dijo cuidadosamente y medio comprometida si me apetecía
algo de comer y me sugirió un trozo de pan con manteca amarilla y yo le dije
que no me apetecía. Ella insistió y me dijo que no me cortara, que no le
importaba echarme un trozo pero yo le insistí que no.
Ella siguió y me dijo que si no me gustaba la
manteca amarilla si me apetecía algo que tomar con el café y yo le dije que sí.
Ella me pregunto muy escamada, tenía poco que ofrecerme pero yo solo pensaba en
algo que a ella le escamaba y otra vez insistió y me dijo.
-¿entonces que te apetece?
-Señora me apetece un buen trozo de troncho de coliflor
-¿con el cafeeé?
-sí, con el café?
-tú no estás bien de la cabeza, ¿Cómo vas a tomarte
un trocho de coliflor con el café? En setenta y tantos años que tengo es la
primera vez que oigo algo así.
-Señora es que un capricho es un capricho
Ella salió hacia afuera y grito el nombre del marido
y le dijo que hiciese el favor de que me diera un trozo de troncho de coliflor,
así que fui a pedírselo y el hombre me lo dio con cara de asombro, se lo di a
ella que me lo pelo con una navajita de punta retorcía y me tome el café con leche y el trocho de
coliflor que me supo a gloria bendita.
Cuando acabe el café no me levante de la mesa de la
cocina hasta que no entro mi compañero que deducí por mi propia cuenta de que
era el hijo de los dueños de la huerta y que aquel matrimonio mayor solo
tendría aquello arrendado o alquilado.
Mi compañero era cinco o seis años mayor que yo y
entre los dos comenzamos a medir aquella huerta que había que levantar un plano
y trocearla para repartirla entre él y sus hermanos y que el heredaría un trozo
de ella. Y mientras le ayudaba a medir yo pensaba….. ¿Cómo van a repartirse a
los viejos? Porque los viejos estaban allí viviendo, ¿Qué harán con ellos?
Terminamos la medición, me despedí de los viejos,
agradeciéndole a la vieja aquella fabulosa y especial merienda para mí y nos
fuimos a la oficina en el 127 cuando él seguía refunfuñando. Yo le pregunte que
le pasaba y entonces dijo.
-¿Pues qué me va a pasar? Que estos políticos de
mierda están poniendo el país cada vez peor, están cambiando las leyes de la
forma más absurda porque ahora estos viejos le han dicho a mi padre que ellos
no pueden irse de allí porque no tienen dónde ir y hasta que no tengan alguna
casa o algo para cobijarse no se van y lo que es peor pretenden que mi padre le
pague un piso para ellos hasta que se mueran después de que llevan ahí en la
huerta cerca de 40 años en ella aprovechándose de que mi padre que se la
arrendo para repartirse a medias los beneficios y como no hay nada firmado solo
se acordó verbalmente ahora mi padre no puede repartir ni vender hasta que
ellos no tenga una vivienda y mi padre está ya muy mayor y enfermo para estas
cosas. Y este disgusto se lo va a cargar. Maldita y puta justicia de este país. ¿Qué me
importa a mí que ellos no tengan donde ir, eso no es problema nuestro, es
problema suyo?
Y yo tenía catorce añitos cuando empecé a alegrarme
de aquellas cosas que oía de aquella clase de gente y que el país cambiaba para
que poco a poco se considerara a las personas que no tenían nada y que se
pudiesen empezar a defender ante la fuerza del dinero.
Desde estas letras y reflexionando pensé de que
algún día pudiese llegar a ser adulto como lo soy ahora y empecé a imaginarme en
los pies de los viejos y en los de mi compañero y de que si tuviese la
oportunidad de tener parcelas, casas o fincas para heredar, así como si la
riqueza y la fortuna me rodease y el dinero me sobrase no permitiese jamás que
nadie de mi entorno pudiese llegar a verse después de años y años de trabajo a
no tener siquiera un triste techo donde cobijarse justificándome diciendo que
el problema no es el mío.
Mi madre siempre dijo que una joroba es joroba por
el simple hecho de tenerla detrás y que si estuviese delante ni se llamaría joroba
ni seria joroba porque las jorobas siempre está destinada a verse desde los
ojos ajenos y no desde los propios por eso mismo podemos ver y omitir aquellos
problemas que no son los nuestros con esa facilidad. Así que desde aquel
entonces tuve muy en cuenta del cuidado de mi capacidad de determinación para poder
decidir de inclinarme en lo que considerase lo que era más o menos lo más justo
de este mundo y en el hecho de no tener la más mínima duda analítica sobre lo
que tenía a mis espaldas y encima de mí.
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