sábado, 1 de noviembre de 2014

RECUERDO DE UNA MEMORIA (LA HUERTA PERDIDA)

Portal de una de tantas huertas que quedaban en Chiclana por aquellos años
Corría el año 76 más o menos y yo no conocía lo más  mínimo el mundo laboral y menos todavía cuando tenía 14 años que fue cuando mi padre me llevo a un estudio de arquitectura para que tuviese más clara y más ligera las ideas de más o menos lo que era la composición de un dibujo. Aunque la delineación no era lo que a mi realmente me entusiasmaba pero el decía que era lo más parecido que me había podido encontrar.

Allí corrías mis primeras mañanas y tardes de verano a la vez que el principio y la base del conocimiento, de la importancia de lo que era la precisión, la tinta china, los plumines y aquellas líneas que formaban los edificios, calculaban las superficies de las parcelas, copiaban con copias heliográficas reveladas con amoniaco los planos y todo aquellos útiles de la época que no tiene ni la más vaga ni remota comparación de lo que ahora existe en este tipo de trabajos.
Allí empecé a conocer personas de muchas clases como alguna que ahora mismo añoro así como aquellos profesionales, aquellas mentes que algunas eran como tarritos herméticos por descubrir y por destapar, tanto como aquellos otros destapados, claros, llanos y sinceros de carácter pero de lo que recuerdo en este momento y a quien le dedico este tocho es a un tarrito muy especial un tipo muy característico, bastante interesado en lo que le interesaba, amigo de sus amigos y con bastantes arboles que le hacían buenas sombras y buen cobijo porque él era de familia acomodada de estas famosas de Chiclana que tenían mucho que heredar con bastantes patrimonios y que por no gastar como todos ellos no gastaban ni bromas.
Por el mero hecho de coincidir con el allí en aquella oficina y tratándose de que él no estaba relacionado con la dirección de la misma me propuso que lo acompañase a medir una finca y yo por ello pedí permiso a los que allí estaban dirigiendo aquello porque era a los que mi padre recomendó mi presencia y mi tutela laboral de niño de los recados.
Cuando pedí permiso salí con él en su coche un 127 blanco de la época y de quinta mano con la carpeta y la cinta métrica cuando ya en el camino me informo de que íbamos a medir una huerta. Y que mi trabajo consistía en sostenerle la cinta métrica y desplazarme hasta donde el dijese. Nos acercamos allí y cuando nos bajamos del coche una señora mayor que vivía en una pequeña casa cerca de la portal de la huerta pues llamo a él y mientras hablaban yo me acerque adentrándome poco a poco hacia la huerta.
Me llamaba la atención un olor muy característico de la huerta y era porque el hombre que trabajaba allí estaba cortando coliflores, no me gustaron mucho nunca las coliflores pero aquel olor a troncho de coliflor me embriagaba siempre y me atraía bastante porque de pequeño mi abuela siempre me guardaba un trozo de troncho de coliflor cada vez que freía coliflores. Mi compañero termino de hablar con la mujer de la huerta y se vino hacia mí refunfuñando y con mala cara y me dijo que lo esperase, que volvería porque tenía que ir a casa de sus padres porque aquella mujer le había dado un recado muy importante para ellos para que él se lo transmitiera.
Allí me quede esperando que mi compañero volviese junto a la puerta de la cocina de aquella casa y aquella mujer mayor de unos 70 años al igual que el hombre de la coliflores que vivían juntos allí en aquella casita de la huerta, era un matrimonio mayor y sin hijos y allí llevaban muchos años.
La señora parecía que se sentía un poco culpable de que me hubiesen dejado allí solo y fue por eso por lo que me ofreció un poco de café. Yo siempre le caí y le caigo bastante bien a las personas mayores es algo innato y cuando me ofreció el café ella esperaba en mi un niño educadito y tímido y que le contestase con un no entre cortado y sin tenérmelo que repetir que me lo tomase pero sonrió cuando solo me lo ofreció una sola vez y yo le conteste con leche y con dos cucharadas de azúcar. Me invito a sentarme en su mesita de aquella encantadora cocina y me dijo cuidadosamente y medio comprometida si me apetecía algo de comer y me sugirió un trozo de pan con manteca amarilla y yo le dije que no me apetecía. Ella insistió y me dijo que no me cortara, que no le importaba echarme un trozo pero yo le insistí que no.
Ella siguió y me dijo que si no me gustaba la manteca amarilla si me apetecía algo que tomar con el café y yo le dije que sí. Ella me pregunto muy escamada, tenía poco que ofrecerme pero yo solo pensaba en algo que a ella le escamaba y otra vez insistió y me dijo.
-¿entonces que te apetece?
-Señora me apetece un buen trozo de troncho de coliflor
-¿con el cafeeé?
-sí, con el café?
-tú no estás bien de la cabeza, ¿Cómo vas a tomarte un trocho de coliflor con el café? En setenta y tantos años que tengo es la primera vez que oigo algo así.
-Señora es que un capricho es un capricho
Ella salió hacia afuera y grito el nombre del marido y le dijo que hiciese el favor de que me diera un trozo de troncho de coliflor, así que fui a pedírselo y el hombre me lo dio con cara de asombro, se lo di a ella que me lo pelo con una navajita de punta retorcía  y me tome el café con leche y el trocho de coliflor que me supo a gloria bendita.
Cuando acabe el café no me levante de la mesa de la cocina hasta que no entro mi compañero que deducí por mi propia cuenta de que era el hijo de los dueños de la huerta y que aquel matrimonio mayor solo tendría aquello arrendado o alquilado.
Mi compañero era cinco o seis años mayor que yo y entre los dos comenzamos a medir aquella huerta que había que levantar un plano y trocearla para repartirla entre él y sus hermanos y que el heredaría un trozo de ella. Y mientras le ayudaba a medir yo pensaba….. ¿Cómo van a repartirse a los viejos? Porque los viejos estaban allí viviendo, ¿Qué harán con ellos?
Terminamos la medición, me despedí de los viejos, agradeciéndole a la vieja aquella fabulosa y especial merienda para mí y nos fuimos a la oficina en el 127 cuando él seguía refunfuñando. Yo le pregunte que le pasaba y entonces dijo.
-¿Pues qué me va a pasar? Que estos políticos de mierda están poniendo el país cada vez peor, están cambiando las leyes de la forma más absurda porque ahora estos viejos le han dicho a mi padre que ellos no pueden irse de allí porque no tienen dónde ir y hasta que no tengan alguna casa o algo para cobijarse no se van y lo que es peor pretenden que mi padre le pague un piso para ellos hasta que se mueran después de que llevan ahí en la huerta cerca de 40 años en ella aprovechándose de que mi padre que se la arrendo para repartirse a medias los beneficios y como no hay nada firmado solo se acordó verbalmente ahora mi padre no puede repartir ni vender hasta que ellos no tenga una vivienda y mi padre está ya muy mayor y enfermo para estas cosas. Y este disgusto se lo va a cargar.  Maldita y puta justicia de este país. ¿Qué me importa a mí que ellos no tengan donde ir, eso no es problema nuestro, es problema suyo?    
Y yo tenía catorce añitos cuando empecé a alegrarme de aquellas cosas que oía de aquella clase de gente y que el país cambiaba para que poco a poco se considerara a las personas que no tenían nada y que se pudiesen empezar a defender ante la fuerza del dinero.
Desde estas letras y reflexionando pensé de que algún día pudiese llegar a ser adulto como lo soy ahora y empecé a imaginarme en los pies de los viejos y en los de mi compañero y de que si tuviese la oportunidad de tener parcelas, casas o fincas para heredar, así como si la riqueza y la fortuna me rodease y el dinero me sobrase no permitiese jamás que nadie de mi entorno pudiese llegar a verse después de años y años de trabajo a no tener siquiera un triste techo donde cobijarse justificándome diciendo que el problema no es el mío.

Mi madre siempre dijo que una joroba es joroba por el simple hecho de tenerla detrás y que si estuviese delante ni se llamaría joroba ni seria joroba porque las jorobas siempre está destinada a verse desde los ojos ajenos y no desde los propios por eso mismo podemos ver y omitir aquellos problemas que no son los nuestros con esa facilidad. Así que desde aquel entonces tuve muy en cuenta del cuidado de mi capacidad de determinación para poder decidir de inclinarme en lo que considerase lo que era más o menos lo más justo de este mundo y en el hecho de no tener la más mínima duda analítica sobre lo que tenía a mis espaldas y encima de mí. 

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