viernes, 13 de febrero de 2015

19 infancias de mi calle

En mi hermosa vida hubo cosas muy grandes que paso durante ella, grandes y hermosas como el nacimiento de mis dos hijos y de mis cuatro hijas, la suerte de poder decir con certeza de que conocí a un gran hombre completo que se acerco a mí y no se despego ni se despegaría durante el resto que me quedase de vida y eternidad así como de tener un padre impedido y discapacitado que también puedo decir con certeza que fue el hombre con mas fortaleza y más coraje que pude conocer, un hombre como los que ya no se fabrican que cuido de mi madre y de mis hermanas dándonos una infancia envidiable para aquellos finales de los 30 y principio de los 40. Pero no puedo dejar de mencionar al espíritu  de la persona que llevo dentro de mí y que añoro y añore desde el primer día que me falto como la persona más grande que llegue a conocer y que sencillamente fue mi madre.
Yo era la más pequeña de mis cuatro hermanas y mi infancia estuvo siempre entornada por unas habitaciones con techo de vigas de madera y cemento y un patio central con un damasco melocotonero y un pozo de agua blanco de cal a su lado donde por delate mirando al norte se divisaba de este a oeste una limpia y frondosa fila de arboles que marcaba el perfil de la carretera de Medina y desde derecha a izquierda terminando en el edificio de las bodegas del gallo y a mis pies una calle ancha con arena y mas arena fina que se repartía a lo largo de ella desde el brazo que le salía de aquella carretera y que daba forma con sus  vallados de tunas y chozas blancas de cal con techos de nea hasta buscar ligeramente pendiente abajo la parte más alta de la calle los jardines.
Por detrás de mi casa mirando de este a oeste se divisaba el cerro de pelagatos limpio y continuado un perfil con algunos árboles solitarios adornando el perfil de aquella colina clara del cual partía una carretera nueva que cruzaba mi vista de izquierda a derecha y cuando miraba la apuesta de sol podía divisar un panorama increíble en el centro, la ermita de Santa Ana y a la derecha la iglesia y el campanario con las poquitas casas blancas que lo rodeaban hasta terminar en una línea de carretera que trazaba toda la base del panorama. Teníamos la suerte de poder ver toda aquella perdona o animal que venía de aquel lugar con dirección al puente grande o a la banda.
Teníamos una perra que vivía con nosotros en la calle que aun no se llamaba arenal y que ella nos acompañaba cuando íbamos a algún lado y cuando alguien pasaba por allí alguien extraño que no era conocido o habitual nuestra la perra se anticipaba a todos y salía a recibirlo y a mirarlo hostilmente y cuando pasaba lo acompañaba a cierta distancia hacia la carretera ladraba en cuanto le detectara cualquier síntoma de sospecha. Mi padre tenía una piara de cabras que nos ayudo a todas nosotras a sobrevivir a aquellos monstruosos años 40 y que cada tarde cuando venia ordeñaba y dejaba preparada las jarras de zinc para que mi abuela las llevase a vender a los pocas clientas que tenia allá mas debajo de la calle de los jardines.
Algunas veces me pedía que la acompañase y cuando andábamos las dos calle abajo me daba la impresión de que iba a entrar en la boca de un lobo, fría y silenciosa que me obligaba a taparme los ojos apretándolo a la tela del costado de mi madre a la vez que me agarraba a su cintura.
Mi madre era una mujer recta de palabra honrada como ella sola, trabajadora al máximo, conocedora de todo y de todos, no le daba miedo de nada ni de nadie y tenía una explicación para todo, si una cabra se le agrietaba o hería la ubre pues ella la cocía y la curaba porque aparte de ser conocedora de todo era tremendamente analfabeta no sabía leer ni escribir pero si sabía que tenía uno que tomar para curarse un resfriado o un dolor de cabeza, un estreñimiento, o unas almorranas así como cualquier parto o cualquier mortaja y yo con ella me sentía la persona más protegida del mundo. Sus últimos días lo pasaba con nosotros viendo la televisión en blanco y negro y allí conoció a un hombre que la fascino un hombre que se llamaba Gary Cooper y que ella no entendía como podía una semana ser pistolero y llamarse de una manera y otra semana llamarse Juan Nadie.
Yo fui al colegio y tuve a una maestra increíble que fue Doña Carmen sedofeito no podría recordar mi infancia sin la presencia de mi madre la cual forjo mi carácter y mi educación y de mocita coci con Antonia Gómez me lleve allí con ella años a años hasta que me case.
Mi madre fue el pilar más importante de aquella infancia tan hermosa, tan lejana y tan perdida que gracias a las fatigas y penurias que mis padres pasaron anteriormente en su infancia pudieron construir la mía con muchísimo amor y muchísimo cariño para con ello acorazar el resto de mi existencia.



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