En mi hermosa vida hubo cosas muy grandes que paso
durante ella, grandes y hermosas como el nacimiento de mis dos hijos y de mis cuatro
hijas, la suerte de poder decir con certeza de que conocí a un gran hombre completo
que se acerco a mí y no se despego ni se despegaría durante el resto que me
quedase de vida y eternidad así como de tener un padre impedido y discapacitado
que también puedo decir con certeza que fue el hombre con mas fortaleza y más coraje
que pude conocer, un hombre como los que ya no se fabrican que cuido de mi
madre y de mis hermanas dándonos una infancia envidiable para aquellos finales
de los 30 y principio de los 40. Pero no puedo dejar de mencionar al espíritu de la persona que llevo dentro de mí y que
añoro y añore desde el primer día que me falto como la persona más grande que llegue
a conocer y que sencillamente fue mi madre.
Por detrás de mi casa mirando de este a oeste se divisaba
el cerro de pelagatos limpio y continuado un perfil con algunos árboles
solitarios adornando el perfil de aquella colina clara del cual partía una
carretera nueva que cruzaba mi vista de izquierda a derecha y cuando miraba la
apuesta de sol podía divisar un panorama increíble en el centro, la ermita de Santa
Ana y a la derecha la iglesia y el campanario con las poquitas casas blancas
que lo rodeaban hasta terminar en una línea de carretera que trazaba toda la
base del panorama. Teníamos la suerte de poder ver toda aquella perdona o animal
que venía de aquel lugar con dirección al puente grande o a la banda.
Teníamos una perra que vivía con nosotros en la
calle que aun no se llamaba arenal y que ella nos acompañaba cuando íbamos a algún
lado y cuando alguien pasaba por allí alguien extraño que no era conocido o
habitual nuestra la perra se anticipaba a todos y salía a recibirlo y a mirarlo
hostilmente y cuando pasaba lo acompañaba a cierta distancia hacia la carretera
ladraba en cuanto le detectara cualquier síntoma de sospecha. Mi padre tenía
una piara de cabras que nos ayudo a todas nosotras a sobrevivir a aquellos monstruosos
años 40 y que cada tarde cuando venia ordeñaba y dejaba preparada las jarras de
zinc para que mi abuela las llevase a vender a los pocas clientas que tenia allá
mas debajo de la calle de los jardines.
Algunas veces me pedía que la acompañase y cuando andábamos
las dos calle abajo me daba la impresión de que iba a entrar en la boca de un
lobo, fría y silenciosa que me obligaba a taparme los ojos apretándolo a la tela
del costado de mi madre a la vez que me agarraba a su cintura.

Yo fui al colegio y tuve a una maestra increíble que
fue Doña Carmen sedofeito no podría recordar mi infancia sin la presencia de mi
madre la cual forjo mi carácter y mi educación y de mocita coci con Antonia Gómez
me lleve allí con ella años a años hasta que me case.
Mi madre fue el pilar más importante de aquella
infancia tan hermosa, tan lejana y tan perdida que gracias a las fatigas y
penurias que mis padres pasaron anteriormente en su infancia pudieron construir
la mía con muchísimo amor y muchísimo cariño para con ello acorazar el resto de
mi existencia.
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