Se tenía que levantar muy temprano, muy pero que muy
temprano, tenía que madrugar y no tenía tiempo siquiera ni de acordarse de que
Dios le ayudaba por eso. Al menos eso decían los refranes. El lo que sabía es
que en cuanto cogiese la cama dormiría sin interrupción como un lirón porque el
día había sido súper agotador pero ni comparación con la que le quedaba que
pasar en cuanto amaneciera.
La noche era calurosa, pegajosa, molesta pero cuando
hay sueño no existen obstáculos que te impidan dormir, ni siquiera la hipoteca.
¡Pobrecito! ¡Qué poquito sabia de la vida! ¡No era más tonto porque no tenía la
edad!