Recuerdo mi primera vez, de la mano con mi madre por
aquella calle de los jardines que nunca supe donde estuvieron esos jardines
para que esa calle se llamase así. Toda ella empedrada con chinos grises y
limpios y con sus aceras de piedra de tarifa también gris, recuerdo aquel Don
Melchor y su maña y costumbre de cogerse el pantalón de tergal por las rodillas
con la punta de los dedos y levantarse rápidamente para poner orden cuando lo
precisaban las circunstancias. Las circunstancias de tener en una especie de
nave con vigas de madera una cantidad de niños que se diferenciaban bastantes
unos de otros porque sus logros eran pasar hacia delante con aquellos libros
que se denominaban como unidades didácticas.
El profesor
tenía un método que era infalible en el que nadie lo podía omitir y este método
era el premio de pasar hacia delante con el esfuerzo y la conducta, cuando por
primera vez desde la última fila veía como unos se quedaban detrás y otros me
adelantaban. No había cosa más humillante que no adelantar de pupitre o que te
mandasen a otro pupitre más atrás.