domingo, 16 de octubre de 2011

RECUERDO DE UNA MEMORIA El panecillo de la alegría

El panecillo de la alegría
En mi pueblo allá por los finales de los sesenta la cosa no rebosaba de abundancia pero escaseaba a veces y un yogurt o un dulce era casi un artículo de lujo y más para la boca de un niño. Los de nuestra edad todavía no se explican como a veces se puede ver los dulces sin terminar y los yogures sin rebañar tirados en plena calle por los niños y con el respaldo de algunos padres o madres que luego le dicen que mientras más basura halla en el suelo abra más trabajo y contrataran a mas empleados de la limpieza, y ahora que estamos en crisis pues llenemos el pueblo de basura lo mismo acabamos asi con el paro ¡Ea! Y vámonos que nos vamos.
Yo que desde mis huesos conozco el sabor de cada pan de mi pueblo por manos de sus panaderos y sus panaderías y no por eso tengo que dejar de acordarme de uno de ellos que se apodaba “Alegría” era un tipo bonachón, por supuesto sonriente siempre, pelo canoso blanco como la harina y bien peinadito, en su cabeza formabas líneas blancas mezcladas con el color del casco rosado de su cabeza. Al menos así lo recuerdo yo.
El tipo sonreía con todo el mundo. Muy educado y muy correcto y bien hablado siempre, pasaba temprano y curiosamente esa era el único motivo que yo tenía para despertarme muy temprano cuando a veces lo echaba de menos.
Venía con una bicicleta Orbea de esas que en la salida del pueblo esta de medio monumento del chiclanero trabajador y detrás de ella llevaba dos serones cargados de sacos de harina, muy bien tapadito y envuelto. Esos sacos de harina estaban llenos de panecillos blancos y muy especiales porque créanme en cuarenta años jamás he conocido nada que se le pareciese lo mas mínimo.
El chusco era alto y pesaba lo suyo y era extraño porque para su tamaño se veía que pesaba bastante, tenía un tono de corteza gris claro y una forma achatada que en la mayoría de las veces terminaba con un piquito pequeñito que incluso pinchaba por la dureza del tueste. Cuando se cortaba para abrirse se formaba unas betas blancas uniformes y disciplinadamente paralelas al corte y una corteza que la cubría que era perfecta, no tenía bolsas de aire, ni hundimientos, todos eran geométricamente iguales. Era un pan para todo y para todos porque por muy bien que se pueda definir con letras o con palabras nada puede decirse que pudiese siquiera igualar a su sabor, un sabor que lo hacía delicioso para todo lo que se le untara. Las madres no tenían que calentarse la cabeza. Manteca colora, de la vaquita, salchichón, chorizo, foigras, no importaba lo que tuviese porque la estrella era el panecillo porque ese pan créanme cuando aquel hombre lo sacaba del saco lleno de harina y calentito era el autentico panparapan.
Aquel niño en aquel recreo de aquel colegio de la banda cuando empezaba a trabajar ese bocadillo inmediatamente bajaba el índice de escándalo en el patio del recreo y todo causado por esa cita tan reflexiva y casi religiosa que la criatura tenía con aquel trozo de pan, el bocadillo de alegría. Otra reliquia más perdida y difuminada en el tiempo y en el espacio y gracias a que no ha sido en mi memoria puedo rendir este pequeño homenaje a la memoria de aquel señor que en un determinado espacio de mi vida pudo amasar redondear y alegrar con sus manos muchísimas hermosas mañanas.

El panecillo de la alegría. Chiclana de la Frontera  

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